Ayer tuve que acudir a una cita en Santa Fé, al poniente de la ciudad. Si usted ha visitado este lugar recordará que, justo al entrar a esta zona, el camino se divide en dos amplias avenidas: una, que lo conduce hasta el Centro Comercial y otra, que es el comienzo de la Autopista de Cuota México-Toluca.
Pues resulta que por distracción, tomé el camino equivocado. Cuando me dí cuenta, ya era demasiado tarde y estaba sobre la autopista, enfilándome rumbo a Toluca. Sin poder encontar una salida, pasé a lado de la Ibero, de los edificios de oficinas, del Centro Comercial, de Sam's Club... poco a poco me fuí alejando, hasta que no hubo más que árboles. Al llegar a la caseta de cobro me estacioné a un costado. Inmediatamente se dirigió hacia mí uno de los empleados, indicándome que circulara.
-Buenas tardes -lo saludé. Fíjese que por equivocación tomé este camino, pero yo iba a Santa Fé y no encontré un retorno. Lo que quiero pedirle es que me permita dar vuelta aquí, porque no voy hacia Toluca.
- No jóven. No puedo hacer eso. Tiene que pagar...
- ¿Cómo? Si lo único que tiene que hacer es mover esta cadena...
- Si jóven, pero usted ya usó esta autopista y tiene que pagar...
Un poco desesperado, metí la mano a la bolsa de mi pantalón, buscando la cartera. No estaba ahí. Fuí al automóvil: la guantera, el asiento... atrás, adelante, en el portafolio... recordé: ¡La dejé sobre mi escritorio, en la oficina! (Tengo la costumbre de poner mi cartera sobre el escritorio, porque me incomoda sentirla en la bolsa, cuando estoy sentado).
Revolví papeles y papeles, a sabiendas de que no encontraría nada de cartera, porque la había olvidado en la oficina. Afuera, el empleado me miraba con un aire de cierta desconfianza y los brazos cruzados, en formal actitud de cumplimiento del deber. De repente, ¡¡¡Ah sí!!!!... Busqué en el fondo y ahí estaba: una onza troy de plata, nueva, en su estuche de plástico.
Me bajé del carro y me dirijí hacia el empleado, que ya me veía con cara de enojado.
- Mire, voy a dejarle esta moneda; es una onza troy de plata.
La expresión le cambió.
- Le hago un recibo, jóven, para que pase usted a recogerla.
- No, gracias. Ya no voy a regresar, se la dejo. Vale como 65 pesos. ¿Quita la cadena, por favor? Se me está haciendo muy tarde.
- Sí jóven, pase. Tome, su recibo...
- ¿Qué te dejó? -preguntó alguien, gritando desde la caseta.
- ¡Una onza de plata! -contestó el empleado, mostrando la moneda.
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Sabemos que la plata y el oro no son considerados como medio de pago legalmente aceptados. Nuestros gurús económicos, que tan "acertadamente" conducen las finanzas internacionales, no tienen contemplado el regreso a una moneda dura. Es poco menos que una afrenta a la Gloriosa Civilizacion Moderna, proponer una moneda de plata, si tal barbarie fué superada desde hace ya varias décadas.
- La plata no es dinero... ¿entendido? -indican los sesudos analistas.
Pues por favor, que me disculpe Harvard, Cambridge, el MIT, y todos los economistas internacionales. Que me disculpe Hacienda, Banxico, los banqueros, la tecnocracia y especialmente el Gobierno Mexicano. Que me disculpen Hanke y sus entusiastas promotores de la dolarización. Que me disculpe el Fondo Monetario, la Reserva Federal y alguno que otro premio Nobel...
Pero ayer pagué con plata y... (¡no se alarmen, por favor!):
- sí la aceptaron.