Canadá es un país que siempre me ha alucinado. Su población integrada por múltiples etnias que han conservado mucho de su identidad; participa de la formalidad inglesa y del agresivo espíritu progresista de los norteamericanos. Pero, hasta ahora, son por todo y para todos los efectos, canadienses. Su territorio, en el que nunca he estado, lo he recorrido palmo a palmo con la imaginación, desde niño. Sus bosques, lagos y ríos, fueron mi ideal de lugares para recorrer y en más de una ocasión, deslumbrado con las películas y relatos sobre su policía montada, pensé: ¡Que fantástico sería ser canadiense!.
Por lo anterior, me parece remoto que algún canadiense quisiera ser norteamericano. Nadie, con sentido común, podría sinceramente desearlo.
El Tratado de Libre Comercio, que incluye a los Estados Unidos, a Canadá y México, me parece que es parte de un proceso irreversible. Pero no creo que la pérdida de identidad, la sumisión ante otro país, el coloniaje cultural y económico deban ser parte de la globalización. En realidad, hay poca diferencia entre el coloniaje de siglos pasados y el coloniaje de este siglo o el del próximo siglo. El colonizador buscaba explotar recursos naturales, invertir lo menos posible y mantener sometido a su voluntad al colonizado.
Por supuesto, en cuanto a los pobladores de un territorio invadido, hubo dos políticas; o se les extinguió, o se les utilizó, discriminó y marginó, imponiéndoles en el proceso la cultura del conquistador. Sin embargo, en el segundo de los casos, el RNP (resultado no programado) fue la creación de una nueva etnia y nacionalidad.
Este es el caso de México, que todavía arrastra con el problema de reconocer su identidad. Ni indígena, ni español, participa de muchas de las virtudes y defectos de ambas razas.
Duda de sus capacidades y desconfía de sus habilidades. Se sorprende cuando tiene éxito y se siente culpable cuando gana, pensando que fatalmente debe perder siempre. Es, sin embargo, valeroso, solidario, leal y trabajador. Es ingenioso hasta desesperar, estoico y entusiasta.
El mexicano será feliz cuando acepte su mestizaje, no tanto racial como cultural.
No poca culpa tienen de esta actitud algunos de sus comunicadores, que vierten en sus trabajos sus prejuicios y complejos. Son perdedores que contribuyen a formar opinión pública sin comprender su responsabilidad.
¿Y que tiene que ver todo esto con Canadá? . Ah… Canadá tuvo la fortuna de integrar su nacionalidad bajo las condiciones ideales; Defendido de la rapiña de otras naciones por su carácter de propiedad de la corona inglesa primero y de miembro del Comonwhealt después, adquiere su condición de nación soberana muy avanzado el siglo actual y cuando su propia fuerza como país independiente era considerable. Su estructura social y económica ya estaba muy consolidada. Sin embargo, toda esta fuerza da pábulo a una peculiar debilidad. Si ciertos mexicanos aceptan influencia extranjera por sus complejos, algunos canadienses podrían aceptarla por su carencia de defensas; en su misma historia de país afortunado, está el origen de ciertos peligros: falló en crear anticuerpos…
Canadá resiente la interferencia extranjera y reacciona con energía cuando la ha padecido. Sin embargo, ve con cierta inocencia la penetración que insidiosamente se ha hecho en su cultura y no tiene la experiencia que los mexicanos tenemos en cuanto al trato con los Estados Unidos.
Por eso, cuando el tema es el sistema monetario, es necesario que Canadá abra los ojos. Un sistema monetario común a los tres países del Tratado de Libre Comercio, sería una consecuencia lógica; sin embargo, tendría que partirse de un sistema parecido al del Euro. Los tres países en un mismo nivel, con voz y voto. La imposición del dólar como moneda común, daría por resultado el inevitable saqueo de los otros dos países involucrados. Si uno de los tres, en este caso los Estados Unidos, tiene la facultad de emitir moneda fiduciaria, los otros dos verán como al costo de emisión, que es una fracción del valor nominal, el país emisor de la moneda adquiere bienes y servicios, inevitablemente empobreciendo al vendedor y enriqueciendo al comprador, que sólo paga una fracción de los bienes y servicios adquiridos. El emisor crea "dinero", falsifica riqueza.
Y mientras más compre, mientras más billetes ponga en circulación, más problemas creará en el sistema. La inflación se encargará del resto.
Lo sorprendente es que teniendo la solución a la mano, puesto que los tres países están entre los principales productores de plata en el mundo, sea tan lento el proceso de concientizar a los involucrados, en el riesgo de la dolarización y las ventajas de una moneda común de plata sin valor nominal.
Paradójicamente, inclusive para la salud monetaria de los Estados Unidos, la solución de muchos de sus problemas sería una moneda con valor real, de valor intrínseco. Obviamente, es muy difícil que los E.U. renuncien a la ventaja que les significa que TODO el circulante del continente les represente señoraje.
Porque, es interesante hacer notar, la emisión y puesta en circulación de un billete de un dólar les cuesta 3 centavos de dólar. Es decir, tres por ciento de su valor nominal. Y por consecuencia, un billete de diez dólares les cuesta .3 centavos de dólar. Y un billete de cien dólares, .03 centavos de dólar.
Como ejemplo contable, que quizá haga pensar a más de uno: si una onza de oro vale hoy 300 dólares, para la Reserva Federal, tiene un costo de 4 o 5 dólares. ¡Pretty good busines! Y para que lo piensen los Canadienses, productores de plata, si aceptan dolarizar su economía, correrían el peligro de estar vendiendo su plata a una fracción de su valor y para poder comerciar internamente, tendrían que comprar la moneda que circule en su país, a razón de un dólar por cada 2 centavos de desembolso del gobierno americano.
Por eso… y por muchas cosas más, llamé este articulo: A Canadá, con amor