Me contó alguno de los viejos de por allá en el norte, de Monterrey o Linares, o quizá eran de Llera, Tamaulipas, una historia que yo creo que es una "talla", pero que me juraron que es autentica; ¡vaya usted a saber!
Según el narrador, había en el pueblo un medico, ya viejo, que medraba recetando pócimas, administrando laxantes, haciendo sangrías, aplicando sanguijuelas, atendiendo uno que otro parto y recetando, en complicidad con su compadre el farmacéutico, papelitos, jarabes, tónicos y placebos a sus pobres pacientes, que sobrevivían más que nada porque la gente del norte es muy sana y aguantaba hasta la bárbara medicina de Don Polo, el doctor.
Y sucedió que un día, se enfermó Práxedes, uno de los ricachones del pueblo. Ignorante, pero no bruto, el doctor tenía por costumbre que cuando la enfermedad parecía grave, recomendaba de inmediato el traslado del enfermo a Monterrey o inclusive, a San Antonio; ¡No se le fuera a morir a él! Así conservaba su prestigio y la clientela.
Pero cuando se enfermó Práxedes, el ojo clínico como que no veía y no daba el pobre doctor con la enfermedad. No identificaba los síntomas y no hallando qué recetar, aconsejó, como de costumbre en esos casos, que se llevaran al enfermo a San Antonio. Pero eso significaba gastos, y sacarle un peso a Práxedes era más difícil que trepar el Cerro de la Silla descalzo.
- ¡No! -dijo el tacaño: no estoy tan mal... ¡A ver qué me dá usted! ¡No creo que sea para tanto¡ ¡No me voy a San Antonio! A la Eulalia le encantaría, pero ya la conozco, no'más llegamos y se mete a las tiendas, y es un gastadero que para qué...
Temeroso de recetar cualquier cosa que pudiera empeorar a su cliente, optó por lo que ya había practicado antes: recetar un placebo y orar porque la fuerte constitución del rancherón lo sacara adelante. Llamó a Doña Eulalia y le dijo:
- Mire, comadre, ponga a hervir unas hojas de carrizo, le hace un té y se lo da en ayunas. Ahí me avisa como va. Son cincuenta pesos. ( Eso de cobrar es parte de la terapia, decía Don Polo, si es gratis no te toman en serio y no se alivian).
Pasaron unos días y regresó Doña Eulalia;
- Sigue muy malito, no mejora... -Don Polo meditó un momento y luego le dio la nueva receta:
- Tome el cañuto de carrizo, hágale un té, y déselo en ayunas. Son cincuenta pesos.
Pero Don Práxedes empeoró y seguía sin querer irse a San Antonio. Doña Eulalia regresó con el doctor, que le dio la nueva receta:
- Mire, agarre el nudo del carrizo, haga el té, déselo y si no reacciona, aunque sea a juerzas, lo mandamos a Monterrey. Son cincuenta pesos.
Al día siguiente, Doña Eulalia le avisó que Práxedes se había ido al otro lado… pero no a los Estados Unidos… no... ¡Qué va! Don Práxedes no amaneció. Condolido, el doctor fue a dar el pésame.
- ¡Cómo lo siento, Doña Eulalia..! Y luego murmuró, para sí mismo: ¡ahora ya sabemos!...
Doña Eulalia lo había oído y le preguntó: ¿Ya sabemos qué, doctor?
- ¡Que el carrizo no sirve para nada.. !
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El Fondo Monetario Internacional ha estado ejerciendo como médico de pueblo, atendiendo los males monetarios de sus pacientes, recetando privatizaciones, administrando grandes créditos como purgas y pequeños créditos como placebos. Nomás por la fuerte constitución de sus clientes no se le han muerto todos, ¡Pero que malitos se han visto!
De los que han tomado té de carrizo, están Argentina, Panamá, México y entre muchos, ahora Ecuador. Unos han salido mejor librados que otros. Ecuador, cuya historia reciente es muy triste, ha padecido presidentes que no merecía como Bucaram. Y ahora, Jamil Mahuad, ante la debacle, llama al médico que le receta, nuevamente, el té de carrizo.
Tiene nuestro pueblo hermano un desempleo del 17%, una devaluación galopante, marchas, plantones y mítines, pese a los tesitos del Fondo Monetario Internacional. Espero que no vayamos a enterarnos de repente, que Ecuador ya se fue "p'al otro lado" y de lo que no hay duda, es que: "ora si ya sabemos..."