Bretton Woods es un ejemplo de ingenuidad conmovedor; mediante este acuerdo, se le otorgó a los Estados Unidos el privilegio de emitir moneda fiduciaria con el compromiso formal de conservar una convertibilidad de 35 dólares por cada onza de oro.
El gobierno norteamericano juró sobre la Biblia, hizo la señal de la cruz sobre el pecho y estrechó la mano de los demás, después de escupirse ritualmente la palma. ¡Y que me caiga un rayo si me rajo! … (Por supuesto, a nadie se le ocurrió verificar si jurar sobre la Biblia significaba algo para ellos).
Este episodio me hace pensar que el sistema monetario fiduciario exige una honradez acrisolada, una rectitud absoluta… Utópicas, por supuesto, porque encontrándose en la posibilidad de fabricar dinero, de comprar todo cuanto se le ocurra a uno a cambio de nada, literalmente de nada, de adquirir el inmenso poder que el dinero ilimitado proporciona, es muy improbable que se resista la tentación. Ante el arca abierta, el justo peca.
Y por eso, me vino a la memoria la siguiente anécdota. (El paisano que me la contó jura que fue cierta.)
Tres chinos, originarios de Pekín, decidieron venirse a buscar un poco de espacio a América, porque allá ya eran demasiados y era muy difícil ganarse la vida. Y tras miles de peripecias lograron llegar a México e instalarse por allá en el rumbo del Barrio Chino, por las calles de López y Dolores. Se dedicaron a lo que mejor sabían hacer: pusieron tres restoranes. Con nombres muy originales, como "La Gran Muralla", "El Palacio Imperial" y "El Nuevo Imperio" y decoración ad-hoc. Como complemento, muebles laqueados de rojo, detalles dorados, puertas decoradas con dragones, faroles de papel y meseras de Ciudad Neza vestidas de chinas (dan el tipo con facilidad).
El menú, tradicional; la número uno, arroz y verduras fritas, con un solitario camarón desnutrido y trocitos de carne de cerdo anémico… más el consabido té sin azúcar. La número dos, con un poco de pollo como agregado, y la número tres, con dos camarones, pollo y costillitas de cerdo pigmeo. Y claro, galletitas de la suerte.
Sin embargo, la fuerte competencia (porque había algo así como noventa restoranes iguales en la zona) los obligó a buscar un nuevo producto, que los distinguiera. Y pronto encontraron la solución ¡Empanadas de golondrina!. Platillo típico de su pueblo, que pronto fue descubierto por los clientes que empezaron a llenar los tres locales y a consumir el antojo, a $10.00 la orden.
A las pocas semanas, el "Nuevo Imperio" anunció: ¡Empanadas de Golondrina, a $8.00 la orden! Para no perder su clientela, "La Gran Muralla" y "El Palacio Imperial" también bajaron su precio: ¡Empanadas de golondrina, a $6.00 la orden!.
La respuesta del "Nuevo Imperio" fue inmediata; ¡Empanadas de golondrina, a $5.00 la orden!. Entonces, el anciano Wu, líder moral de los inmigrados, los convocó a los tres, para terminar con esta guerra que amenazaba la paz de la comunidad.
Investigado el caso, se llegó a la conclusión de que "El Nuevo Imperio" habría estado haciendo trampa, poniendo algo de carne de caballo a las empanadas, para bajar su costo. El anciano Wu, tras larga meditación, dió su dictamen: ¡Ya no pueden retroceder! ¡No pueden volver a subir el precio!. El pacto es que sigan poniéndole carne de caballo a las empanadas, pero, rigurosamente, mitad y mitad. Y buena suerte.
No tardó más de una semana "El Nuevo Imperio" en volver a bajar el precio, para atraer a la clientela. ¡Empanadas de golondrina a $3.00 la orden!
Con este precio, los otros paisanos ya no pudieron competir y fueron a quejarse con Wu. El anciano, tras escucharlos, llamó al sospechoso y le interrogó con severidad:
- ¿Has respetado el pacto? ¿Mitad y mitad?…
- Si… (contestó el honorable comerciante), he respetado el pacto. Mitad y mitad:
Un caballo, una golondrina, un caballo, una golondrina…
La Reserva Federal cumplió el pacto Bretton Woods, igual que el dueño del "Nuevo Imperio". Lo malo es que últimamente ya ni siquiera le pone un caballo por cada golondrina… su dólar es pura carne de caballo.
Aún a precio manipulado, hay que pagar $300 dólares por cada onza de oro.
Sin vigilancia, la tentación es demasiada. Ni las empanadas del "Nuevo Imperio", ni el dólar, son mercancía honesta.