En la picaresca mexicana, es famoso el cuento hecho pastorela del “Ánima de Sayula”. En sintética explicación, para el que no lo conozca, se trata de una leyenda que se contaba en un pueblo de México, de calles empedradas, de iglesias coloniales, de casas solariegas y grandes portones con aldabas de bronce y llaves de fierro forjado para abrirlas. Es decir, uno de esos pueblos donde los cuentos de fantasmas son creíbles y populares.
Se decía que el diablo vagaba por las calles y que se le aparecía, con espantosa presencia, a los transeúntes noctívagos y descuidados que a horas inoportunas se atrevieran, por necesidad o por necedad, a transitar por Sayula.
Y también se decía que si alguien, sobreponiéndose al terror, le rezaba un Ave María y lo interpelaba, conocería el secreto del lugar en donde se encontraba un fabuloso tesoro.
Y sucedió que un día, un lugareño, al que creo que le llamaban “Mensilla”, que no se distinguía por listo ni por valiente, pero sí por avaricioso, regresando de una francachela, se topo, manos a boca, con un embozado. Al verlo, abrió su capa poniendo al descubierto al diablo mismo, cuernos y cola incluidos… Haciendo de tripas corazón y movido por la codicia, tartamudeó un Ave María y le exigió a la aparición que le revelara el secreto escondite del tesoro. Con voz cavernosa, como corresponde a un diablo que se respete, el presunto enviado del averno le dijo que sí, que le revelaría el secreto. Pero antes, había que cumplir con una condición “sine qua non”; tendría que someterse a la ignominia de ser sodomizado por el diablo… Trató el “Mensilla” de argumentar, pero Satanás fue tajante: o se sometía o no había tesoro.
Pudo más la codicia que la dignidad y la vergüenza. “Mensilla” fue victimado por el maligno.
Una vez que el lugareño pagó el precio, reclamó su premio. Y lo que obtuvo, fueron las carcajadas del victimario, un actor de la legua que regresaba de actuar en una pastorela, justamente en el papel de Satanás y que en su nocturna correría, cuando se tropezó con el codicioso Mensilla, se le había ocurrido hacerlo víctima de la cruel broma.
Cuando el azorado pueblerino, humillado, burlado y deshonrado balbuceaba sus protestas, el actor le hizo la pregunta que remató la burla:
¿A poco de veras creíste que yo era el diablo?
A los mexicanos proponentes de la dolarización, les atrae el fabuloso tesoro que se imaginan que van a recibir.
Cegados por la codicia, aceptan las condiciones que se les imponen: La pérdida de soberanía, la pérdida del control de la economía nacional, el cierre del Banco de México, el costo de comprar billetes para el comercio interno, la imposición de políticas y hasta inspecciones y certificaciones desde el extranjero. En pocas palabras: Todo lo aceptan a cambio del supuesto tesoro.
Pero una vez renunciada la vergüenza, perdidos el honor y la dignidad, lo que van a recibir será la burlona pregunta de Larry Summers …
¿A poco de veras creíste que yo era el diablo?