Artículo dedicado a dos de mis cuatro lectores: Don Humberto Hernández Hadad y Don Efrén Rábago Palafox
El asunto de Bretton Woods y los sistemas monetarios actuales, me recuerdan al tío de un amigo de mi infancia, el Tío Juan. El Tío Juan era, básicamente, un hombre bien intencionado, pero sin la fuerza de voluntad suficiente para realizar sus buenos propósitos. No era alcohólico, pero se tomaba sus copitas si estaba en la compañía adecuada. No era mujeriego, pero su único matrimonio legítimo fracasó. No era malvado, pero causó mucho sufrimiento a sus hermanos y a sus mujeres. Sin embargo, muchas personas buscaban su compañía. Era simpático en sumo grado. Contaba chistes y anécdotas con mucha gracia, tocaba la guitarra, cantaba con poca voz pero era bien entonado y tenía una pícara sonrisa que le granjeaba la simpatía y la tolerancia de quienes lo trataban. Botó su herencia en tiempo record; puso varias veces en peligro el patrimonio de sus hermanos y siempre, de alguna manera, se le perdonó. Vivió del presupuesto toda su vida, sin que su historial se manchara ni una sola vez con la afrenta del trabajo auténtico.
Se hablaba de tú con muchos funcionarios públicos, inclusive secretarios de estado y uno o dos ex presidentes; fue guarura inofensivo, compañero de parranda, cantinero-psiquiatra, bufón cuando quería, confiable secretario y muy, muy mexicano.
El Tío Juan usaba un reloj de bolsillo. De esos de ferrocarrilero, de oro, del que colgaba una leontina, de oro por supuesto, adornada con una moneda de un dólar de oro. Ese reloj, se decía que conocía todas las casas de empeño del país y algunas del extranjero. También fue garantía para el pago de la cuenta en otra clase de casas… Cuando el mecenas en turno se cansaba del Tío Juan o sus barrabasadas rebasaban los límites y era despedido, el reloj emprendía el viaje “al monte” (al Monte de Piedad). Cuando otro de los conocidos lo incluía en su nómina, el reloj regresaba a casa. Siempre regresaba.
Cuando cambiaba el régimen, ansiosamente consultaba los periódicos para localizar en las listas de nuevos funcionarios a sus amigos o conocidos. Era la angustiosa búsqueda para ver si le había tocado “la grande”, algún premio chico o de perdida, reintegro. Es decir, algún amigo bien colocado o cuando menos un conocido en alguna secretaría.
Con esta filosofía, fue desde Jefe de Departamento (el puesto más alto que alcanzó), Jefe de Oficina, ujier, chofer y hasta, en una época miserable que no rehusaba recordar, ¡encargado de limpieza!. Fue productivo; decía: "conseguí comprador para el papel de desperdicio", vendía refrescos y tortas, vendía los formularios para las solicitudes y hacía fotocopias. "Si hubiera seguido, me hago rico. Por desgracia me ascendieron“, afirmaba.
Recorrió Hacienda, Gobernación, Recursos Hidráulicos, Salubridad, Educación y Petróleos Mexicanos. Pese a su manifiesta repugnancia por el trabajo, a donde iba era recordado con afecto y en todas partes dejó contactos para obtener favores.
Pero, el punto toral de la historia es el reloj. Juan no tuvo hijos y sus sobrinos y los amigos de sus sobrinos eran “sus muchachos”. Generoso cuando podía, cariñoso siempre.
Cuando éramos niños, en más de una ocasión para obtener anhelado silencio, buen comportamiento o para premiar alguna conducta loable, desprendía la moneda de la cadena del reloj y solemnemente nos decía: "Te regalo esta moneda, pero yo te la guardo hasta que crezcas"; acto seguido, la ponía en un bolsillo del chaleco, dejando la cadena sin su notorio adorno. Cuando lo volvíamos a ver y lucía la moneda de oro en la cadena, nos decía: Esta es otra… la tuya ya esta guardada.
Cuando crecimos y empezamos a ganar algunos centavos, la moneda, la cadena, el reloj o las tres cosas fueron garantía de prestamos que religiosamente pagaba. Claro, en nuestro caso nos daba un vale… el numero de vales en circulación aumentaba y llegaron a negociarse entre nosotros.
.- Prestame cien pesos…
.- No pagas…
.- Te vendo un vale del Tío Juan, en setenta pesos… te ganas treinta.
.- En cincuenta
-. ¡Sale!.
Cuando mejoraba la situación, rescataba parcial o totalmente sus vales.
Pero claro, llegó un momento en que la situación no mejoraba y además, los vales del Tío Juan habían aumentado en número y monto a niveles irracionales. Inclusive, ya circulaban fuera del ámbito familiar.
Y no hay que olvidar que el reloj, la cadena y la moneda eran únicas garantías reales de ese crédito expandido.
El precio de los vales descendió rápidamente, en brutal devaluación y más aún, después de que una auditoria secreta practicada al ropero del Tío Juan por un sobrino desconfiado, puso en evidencia que las monedas guardadas “hasta que creciéramos”, no existían. Se sumaba este desfalco ( la falta de las monedas) al pasivo irredimible del Tío Juan.
Pero… afortunado dentro de su infortunio, nunca enfrentó sus deudas. Primero, porque nadie se atrevió a cobrarle cuando estaba en desgracia y después, porque un misericordioso infarto se lo llevó. Todavía guardo los vales incobrables del Tío Juan en una caja de cartón, por ahí, en un rincón.
Al final, el reloj no había sido rescatado del empeño y se perdió.
A veces, me pregunto: ¿Cobraremos los vales de la Reserva Federal? ¿No estará Fort Knox como el ropero del Tío Juan? ¿Estará realmente el oro en Fort Knox?
Y… ¿No acabaran los dólares en una caja de cartón, con los vales de Tío Juan?