Me contaron un pequeño cuento; la moraleja y las conclusiones son mías. En lo que fue un aristocrático barrio de la Ciudad de México, en donde quedan algunas casas de la porfiriana época afrancesada, con románticas pero inútiles mansardas, (hasta ahora, nunca cae nieve), los gatos de la colonia solían reunirse sobre los techos, para intercambiar información sobre sus amos, sostener apasionados y violentos romances y celebrar interminables sesiones de canto.
Por ahí andaba Micifuz, viejo gato peleonero y medio tuerto, lleno de cicatrices que lucía como medallas.
Rondaba por esas tejas plomizas “El Dandy”, aristocrático siamés, de andar ondulado e insinuante ronroneo, “El Nuevo”, un gatito de un año de edad, que con ojos azorados contemplaba a los gatos veteranos y trataba de copiar sus modales y maneras, dudando entre los modales de bravucón del Micifuz o la elegancia del Dandy. Había muchos otros, como el Morrongo, el Suave, el Gordo… Muchos otros de toda clase de pelambres y cataduras.
Las gatitas cuando se podían escapar a la vigilancia de sus amos y amas, se unían a las sesiones gatunas.
Los resultados de las escapatorias iban engrosando las filas de la pandilla.
Pero había una hermosa gata de Angora, blanca, de ojos azules, de modales suaves y refinados, cuya patrona era una hermosa y discreta joven del barrio. Tita, diminutivo de gatita, que así se llamaba, nunca había aceptado a galán alguno. No se le conocían amoríos ni devaneos.
Nada… hasta que un día llegó al tejado un enorme gato persa, de color miel, de grandes y seductores ojos verdes, conocido como “El Boby”.
Tita quedó prendada del nuevo vecino y éste hizo notar que Tita no le era indiferente.
Pronto, concertaron una cita y se fue la pareja ronroneando por los tejados hasta perderse de vista.
Al día siguiente, cuando Tita regresó a su casa, evidentemente despeinada y desvelada, todas las gatitas (Y algún gato chismoso), corrieron a pedirle que les narrara su aventura. ¡Cuenta…! ¿Cómo te fue?.
Tita respiro hondo y empezó: ¡No pegué un ojo en toda la noche! ¡Ohh, Ahhh! Exclamaron sus amigas.
¡Sigue! ¡Cuéntanos!
Pues bien, no dormí en toda la noche, ¡Porque “El Boby” me estuvo contando sus recuerdos de antes que lo castraran!…
Cuando leo o escucho a algunos periodistas, economistas y empresarios recomendando la dolarización del país y la renuncia al control de nuestra economía, pienso en “El Boby”… añorando su masculinidad perdida.
Un gobierno que no emite su moneda y sin control de su economía, es un gobierno castrado, incompleto, sujeto a la política económica de la Reserva Federal de los EE.UU. y terminará arruinado, por la evidente asimetría de las economías y los conflictos de intereses que siempre se resolverán en su contra.
Los empresarios a merced de sus competidores extranjeros, el economista reducido a cronista de lo que ocurre en su país y el periodista sin influencia porque lo que dice es irrelevante para quienes deciden las cosas… son impotentes.
No se percatan los promotores de dolarizar el país y renunciar al control de la economía, que de tener éxito, terminarían emasculados, como “El Boby".