Durante casi medio siglo, de 1870 a 1914, el patrón oro sirvió de base al sistema monetario mundial. Después de la Primera Guerra Mundial, hubo intentos sucesivos de implementación y abandono a esta política. Algunos países regresaban a ella después de sufrir una fuerte devaluación. La quiebra de los bancos durante la gran depresión de 1929, provocó que se abandonara definitivamente.
En el periodo de posguerra se adoptó un patrón de cambio-oro, pero basado en el dólar, quedando a partir de entonces únicamente esa moneda como convertible por oro (a 35 dólares la onza). En 1971, el presidente Nixon declaró la inconvertibilidad del dólar y desde ese momento, las monedas y los sistemas financieros del mundo ya no fueron anclados a la realidad económica. Ello trae como resultado que exista una inmensa movilidad de capitales ficticios que generan ganancias sin contar con el respaldo real de la producción de bienes tangibles.
El funcionamiento de los sistemas de tipo de cambio fijo requiere que el país que desea integrarse establezca un precio oficial de oro o plata en su moneda y que se comprometa a comprar o vender a ese precio todo el metal que se le ofrezca o se le demande, permitiendo a su vez su libre importación y exportación. Los tipos de cambio quedan determinados por la relación entre los precios oficiales del metal en cada divisa.
Cabe entonces reflexionar acerca de la posibilidad de volver a tomar como patrón de la moneda a la plata ya que con esa medida se reajustaría automáticamente la balanza de pagos porque, en el caso de que las importaciones de un país fueran superiores a las exportaciones, se recibiría como pago la plata o las divisas convertibles en plata y entonces las reservas del país aumentarían.
México tiene la opción de establecer una paridad internacional respecto al peso, en lo que toca a sus operaciones con el FMI, o bien, el régimen cambiario que estime procedente, siempre que esté acorde con los principios y disposiciones del propio organismo internacional, pero usar el dólar como moneda tiene el gran inconveniente de que la economía nacional queda ligada totalmente a los vaivenes de dicha divisa y a la política que arbitrariamente desee imponer a su economía el gobierno de Estados Unidos.
Para ser fuerte, la moneda tiene que ser medida de algo valioso y real que la respalde. En las últimas décadas los mercados mundiales se han convertido en lugares virtuales donde los especuladores incrementan sus ganancias en detrimento de las economías nacionales, cuando estas últimas comienzan a presentar síntomas de debilitamiento poniendo en riesgo a los grandes capitales.
México no ha quedado ajeno a esa situación, durante casi tres décadas hemos sufrido de persistente inflación, altas tasas de interés, desequilibrios externos y volatilidad cambiaria.
La plata podría servir de base a un sistema financiero fuerte, que sea capaz de resistir las fluctuaciones financieras externas porque se daría un círculo de crédito-inversión. La plata no se devalúa porque no pierde su valor con el tiempo, por ejemplo: una onza de plata en 1950 hoy vale lo mismo que en esa fecha, en cambio un billete de ese mismo año es ahora un simple papel sin ninguna capacidad de compra. La plata además serviría de regulador automático para nivelar las compras del exterior, de igual manera como ha funcionado el patrón-oro para equilibrar la balanza de pagos. En la época porfiriana cuando circulaba moneda metálica de oro y plata, dicho equilibrio era intrínseco.
Además, cabe mencionar que la plata no saldría del país a cubrir el pago de las importaciones, sino solamente por el remanente que no alcanzaran a cubrir las exportaciones. En caso de que hubiera más exportaciones que importaciones el banco central podría convertir las divisas extranjeras en plata e importar la misma, entonces el banco y los exportadores tendrán la opción de mantener saldos en plata.
Desde luego que la implementación del sistema tendría que hacerse de manera paulatina. Para comenzar, el Banco de México podría utilizar parte de sus reservas en dólares para comprar plata, la casa de moneda acuñaría libremente la cantidad de plata de la ley requerida para que empezara a circular.
Se podrían emitir bonos en plata a tasas muy bajas con lo que el precio se incrementaría, beneficiando de forma inmediata al sector minero. Al tener confianza en nuestra moneda, los bancos no tendrían que elevar la tasa de interés, lo que tendría efectos positivos en la contratación de créditos a personas y empresas y sería incentivo para una mayor inversión.
Vale la pena analizar esta opción, sobre todo si se toma en cuenta que México usó la plata como moneda durante cuatro siglos y que en este momento somos el primer productor en el mundo de ese metal.