Estoy empezando a escribir este articulo y aún no sé que carácter va a tener; ¿Jocoso? ¿Serio y profundo? ¿Altamente técnico y sofisticado, lleno de gráficas y cálculos?.
Quizá simplemente narre los hechos y voy a dejar que usted saque sus conclusiones.
México estaba viviendo los últimos años del régimen de José López Portillo, era el año 1981 o 1982; en ese tiempo yo trabajaba en una casa de bolsa como director de promoción. Teníamos unos veinte o treinta promotores, hombres y mujeres, que se ocupaban de visitar clientes y ampliar la cartera.
La circunstancias eran propicias para obtener crédito y de hecho, la oferta de crédito en dólares era tentadora por las bajas tasas de interés que se cobraban en esa época.
Y entonces, de una obscura entidad financiera norteamericana, se recibió una oferta muy atractiva. Nos ofrecieron pagar comisiones por colocar crédito en dólares. Debo aclarar, para quienes no estén familiarizados con el medio financiero, que lo usual, lo normal, es pagar comisiones sobre la captación de recursos, no sobre la colocación del crédito.
Nuestros promotores se volvieron locos de entusiasmo y me presionaban para que aceptara la proposición; su análisis de la cuestión era simple: ¿Dónde está el riesgo? La institución norteamericana no recibe dinero, lo presta, el contrato es muy sencillo, nadie firma nada hasta que el dinero está en la cuenta del deudor, el compromiso de las comisiones está por escrito. ¿Dónde está el riesgo?.
Consulté con un amigo que trabajaba para las autoridades financieras. Su respuesta me sumió en un mar de dudas y confusión: No hay obstáculo legal alguno, la oferta es tentadora, pero, por lo mismo, debe haber gato encerrado.
Y entonces, coincidentemente, uno de los promotores pidió a mi secretaria una cita para hablar conmigo. Era un personaje curioso, con una gran cartera de clientes extranjeros y amplias e importantes relaciones en el mundo diplomático y oficial.
Se decía de él que era o había sido agente de cierta agencia extranjera. Esa tarde, despejó la duda. No reconoció esa relación, pero lo que me dijo confirmó las sospechas.
"Jefe -me dijo, no acepte la oferta. Hay una conspiración maquiavélica para endeudar a los países que se dejen y llevarlos a la ruina; una vez que los países estén endeudados, entre los intereses y pago de amortizaciones, quedarán las economías debilitadas y sujetas a requerir cada vez más créditos. Incluso, se habla de rumores para provocar corridas y fugas de capitales".
No fue lo único que me dijo, me habló de una serie de acciones planeadas para desestabilizar a los países, especialmente de Latinoamérica. Le pregunté: "¿por qué me cuentas todo esto?". Sonrió enigmáticamente y me dijo que fundamentalmente por amistad hacia mí y porque "todavía soy mexicano".
No me quiso decir de donde había sacado la información.
Debo decir que me pareció fantástica la historia pero, de todos modos, por recelo más que por convencimiento, rechacé la oferta, con gran disgusto de la fuerza de ventas.
Les conté la historia a unos cuantos amigos, causando, por lo general, incredulidad y algunos comentarios burlones. Sólo dos personas lo tomaron en serio.
Transcurrieron los años, veinte para ser exacto. Y las predicciones y advertencias se han ido cumpliendo cabalmente ( por casualidad, es en 1982 cuando se disparan las cifras del crédito en los Estados Unidos).
Poco después de este episodio, el promotor renunció y lo perdí de vista. Ignoro que fue de él.
La perversidad del complot me pareció inverosímil entonces, pero ahora ya lo creo a pie juntillas.
De hecho, me encantaría volver a encontrar a mi amigo, para que me cuente lo que sigue...