La moneda es una promesa
Y como toda promesa —¡gracias, cultura priísta!— es basura, al estilo electoral: ¡no me vengas con promesas! Hay quien dice la aberración esto no es una promesa sino un compromiso cuando un compromiso es prometerse a uno mismo —me comprometo a— y una promesa se le hace a otro: te doy mi palabra. Pero la palabra se ha devaluado, junto con el dinero.
Prometer no sólo es inevitable e indispensable sino humano y dignísimo; sólo el humano puede concebir algo a desarrollarse en un tiempo futuro; sólo él tiene noción de la palabra empeñada. Y sólo el humano puede concebir el valor y el dinero. La moneda es una promesa de que la declaración de valor llamada "un peso" valdrá en el futuro. Tal promesa de valor sustenta la capacidad de hacer más promesas: contratar, acumular, ahorrar, convocar, construir. Si eso se dificulta, encontraremos una destacada causa de la pobreza mexicana.
Sin garantía de valor constante, el "valor" queda a discreción del Banco de México, autónomo pero víctima del cortoplacismo de toda autoridad irresponsable: ha emitido 20% más papel desde 1997, en un entorno de contracción económica y pase lo que pase con la economía nacional. El dinero es de las invenciones más nobles; ejercer "soberanía" desde el gobierno para prostituirlo, falsificarlo o devaluarlo son delitos que aún no figuran en el Código Penal.
Una sociedad de ciudadanos con dignidad exige, como Garantía Individual, que su moneda no se fundamente en arena o papel sino en cosas sólidas de constante y aceptado valor, como la plata y el oro. La moneda sólo vale cuando puede canjearse irrestrictamente por esos bienes con valor objetivo, respetando la única soberanía monetaria admisible: la de los mexicanos, víctimas propiciatorias del fraude del papel–moneda en un país que produce más plata que nadie y en donde, con gran facilidad, podría tener valor real, auténtico, inequívoco y sustentable, la promesa de valor que es nuestro dinero.