A la vista al portador
Fernando Amerlinck
El 7.V.99, aquí mismo, escribí en Para que el peso siempre pese lo mismo lo siguiente: "desde tiempos de Echeverría, la leyenda a la vista al portador ha desaparecido del papel basura (¡perdón! papel moneda)".
¡Me equivoqué! Hugo Salinas Price, impulsor principal de la moneda de plata, me hizo ver mi error. La inscripción fue quitada de los billetes en este mismísimo sexenio zedillista y no cuando LEA cambió el modelo de la American Bank Note Company, y la Casa de Moneda de México empezó, en Legaria, a imprimir incontrolados montones de billetes. Sólo los de $500 conservan aún esa nota. No tardan en perderla.
Aquella promesa era solemne: el emisor honraría su palabra, y el billete (certificado con respaldo sólido, signo de valor permanente, documento infalsificable) representaba el valor impreso en él. Este certificado de nada sirve si no dice que quien lo porte puede recuperar bienes de valor permanente; y si -aunque lo dijese- no hay quien haga buena la promesa.
A nadie se le antojaría que, al pretender cobrar un cheque, le dijeran: "usted perdone, pero fíjese que no le voy a pagar 1,000 pesos sino nada más 800, porque el gobierno ha declarado que es de beneficio social".
Eso implica deshonrar la solemne promesa de mantener el valor y redimirlo en un bien más sólido, más contante y más sonante que el papel. Eso -ya descaradamente, ni siquiera el recuerdo de que antes un billete era redimible por pesos fuertes- ha hecho el "neoliberal" gobierno zedillista, cuando la principal institución liberal es el dinero, inseparable de la promesa que implica su fundamento en bienes de valor intrínseco.
Reponer ese texto en los billetes es una de las muchas cosas que debemos hacer para restaurar el timbre de decencia que implica el dinero, y el valor: una promesa exigible como uno de los derechos individuales que distinguen a una sociedad libre.
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