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Dolarizar a costa de la soberanía
jueves, 3 de junio de 1999
Magdalena Galindo

Dolarizar a costa de la soberanía

Inviable hasta en lo técnico

Una lectura de los sucesos y los pronunciamientos registrados la semana pasada, mueve a señalar que tal pareciera que nuestro país está dividido en dos pisos y que unos son los objetivos, las preocupaciones y las acciones en el primer piso, mientras otros muy distintos son los móviles y las metas de la planta baja, o mejor sería decir de los sótanos mexicanos.

No es que me esté afiliando a aquella versión de moda en los sesentas, conocida como dualismo, que hablaba de un México moderno, capitalista, dinámico, y otro tradicional, centrado en el campo, y al que era necesario incorporar a la modernidad. La verdad es que ambas realidades formaban parte de un solo conjunto, y que las formas de producción que podían caracterizarse como precapitalistas eran funcionales a la explotación del capital.

Lo que sucede ahora es que la lógica de la globalización significa, en efecto, la exclusión definitiva de un amplio sector de la sociedad de los beneficios de la economía, que se sustenta, en gran parte, en el empobrecimiento cada vez mayor de los trabajadores. Y esa realidad se corresponde con una expresión ideológica que ni siquiera visualiza las consecuencias para las mayorías pauperizadas y las condiciones de su vida cotidiana.

En las altas esferas conformadas por los grandes capitalistas y los funcionarios, la discusión en boga es si México debe dolarizarse, y más precisamente la forma que debe asumir la dolarización. Así, en una encuesta reciente realizada por la American Chamber, en 58 por ciento de los interrogados, empresas estadunidenses establecidas en México en su mayoría, opinaron que nuestro país debía dolarizarse.

Para aquellos que piensan que ese es el mejor futuro para nuestro país, se presentan tres opciones: La primera es la simple y llana adopción del dólar como moneda para México. La segunda es el llamado Consejo Monetario, en el que cada peso en circulación debería estar respaldado por un dólar. Y la tercera, la unión monetaria, en la se crearía un banco central para México y Estados Unidos que determinara la política monetaria de ambos países, opción que por supuesto exigiría previamente una dura política económica en México a fin de acercar la tasa de inflación, las tasas de interés y el déficit público a los prevalecientes en Estados Unidos.

En los tres casos hay una significativa pérdida de soberanía para México; no obstante, para los capitalistas y algunos funcionarios este hecho no tiene importancia, sino en la medida en que pueda significar el surgimiento de dificultades políticas para su objetivo.

Desde luego, la mayor relevancia de la soberanía se encuentra en el terreno político, puesto que constituye no sólo el derecho supremo de la Nación, sino también lo que podríamos describir como su existencia jurídica. O dicho en otras palabras, sin soberanía, no hay Nación.

La dolarización implica una pérdida de soberanía, porque se abdica de la facultad de decisión sobre la política monetaria, y prácticamente sobre el conjunto de la política económica, ya que tampoco se podría decidir internamente sobre los montos y el reparto de los presupuestos de ingresos y egresos del gobierno, esto es sobre el gasto público y sobre los impuestos, lo que implica desde luego, una supervisión sobre la actuación del Estado en su conjunto.

Pero además, desde el punto de vista técnico y no sólo político, la dolarización tendría enormes costos para toda la sociedad mexicana, incluidos esos empresarios que tan alegre e irresponsablemente quieren unirse a Estados Unidos. Lejos de ser la puerta mágica que permitiera el acceso al Primer Mundo, como sueñan los capitalistas, la adopción del dólar en México implicaría un golpe mortal para la economía mexicana. Basta pensar que el crecimiento económico -aunque sea prendido con alfileres- ha sido financiado durante las últimas décadas con el capital extranjero que ha ingresado al país (como a los demás "mercados emergentes"), atraído por el diferencial en la tasa de interés. Si en aras de acercar sus variables económicas a las de Estados Unidos, México dejara de ofrecer esa mayor tasa de interés, es obvio que los inversionistas tendrían que estar locos para venir a correr riesgos a un país subdesarrollado si pueden obtener la misma ganancia en la Bolsa de Nueva York.

En el terreno de la producción, hay que recordar que el crecimiento de las exportaciones mexicanas se ha sustentado en gran parte en las devaluaciones que abaratan de golpe todas las mercancías mexicanas. La adopción de la moneda extranjera significaría que las empresas mexicanas sólo podrían competir con base en la productividad, pero es obvio que la adopción del dólar no implica que los Estados Unidos vayan a traspasar a México su tecnología, y como en ese terreno la brecha es tan grande, la consecuencia es que el único medio de los empresarios mexicanos para competir sería disminuyendo aún más los salarios de los trabajadores. Dejando al margen las consideraciones de orden social y humanitario, el problema es que los trabajadores mexicanos están ya muy cerca del mínimo de subsistencia, esto es, de ese nivel que no puede bajarse porque implica la imposibilidad de que la clase obrara siga en funciones. Tal hecho significa, entonces, que el resultado sería la quiebra de la mayoría de los empresarios mexicanos y la absorción de los restos de sus empresas y del mercado por el capital extranjero.

Los sueños de los capitalistas, pues, además de ilusorios, no se corresponde con la realidad de la mayoría de la sociedad mexicana.