Un Discurso
por
Antal E. Fekete
Profesor de Moneda y Banca
San Francisco School of Economics
En la Ocasión de una Cena
A Beneficio de “The Ficino School”
Auckland, Nueva Zelandia
Octubre 28, 2009
Muy probablemente concluirá el año 2009 sin que se haya conmemorado el centenario de un evento de gran importancia en la historia, que figura en forma destacada como la causa principal de la Gran Crisis Financiera del siglo. Este evento fue aquel al cual se le dio el falso nombre de “Legislación de Curso Legal” de 1909. Los billetes de banco, tanto de la Banque de France, así como del Reichsbank de Alemania, se convirtieron en moneda de curso legal, primero en Francia y muy poco después, también en la Alemania Imperial. El resto del mundo siguió el ejemplo. De esta forma se eliminaron todos los obstáculos al financiamiento, por medio de créditos, de la Guerra Mundial que se avecinaba y a la monetización de la deuda que resultaría por medio de billetes de banco.
Un efecto imprevisto fue que se truncaron todos los esfuerzos diplomáticos por evitar la guerra y la gran derrama de sangre y destrucción de propiedad que traería consigo. En ambos países, los partidos que favorecían la guerra se habían anotado una gran victoria. La causa de la paz sufrió una derrota decisiva.
Quiero subrayar que he dicho que la legislación que llevó el nombre de “Legislación de Curso Legal” no fue tal, porque “curso legal” en este contexto fue una maligna distorsión del sentido aceptado de la frase. No había ningún aspecto de coacción en el curso legal, anteriormente a 1909. Los billetes de banco circulaban como dinero, pero su aceptación era enteramente voluntaria. La gente tenía el derecho incondicional de cambiarlos por moneda del país, o sea, por monedas de oro. Si un banco no podía entregar moneda de oro a cambio de un billete estaba en mora técnica y tenía que atenerse a las consecuencias.
En su sentido original el término “curso legal” se refería sencillamente a un estándar de tolerancia aplicable al desgaste de las monedas de oro. Las monedas de oro que estaban dentro del estándar de tolerancia circulaban por número, o sea, que su “valor de curso legal” se establecía por conteo de las mismas – una gran conveniencia. Otras circulaban por peso: todas y cada una de las monedas tenía que ser pesada – una gran inconveniencia. No había coacción alguna establecida en esta discriminación. La Casa de Moneda cambiaba monedas de oro dentro del estándar de tolerancia a cambio de nuevas monedas recién acuñadas, sin cargo para el propietario. El gobierno absorbía la pérdida y la cubría con cargo a los fondos generales de ingresos. Al costo se daba el mismo trato que el costo de mantener en buen estado las carreteras del país. No sólo no había coacción alguna en las leyes de curso legal, sino que en efecto, el gobierno proporcionaba un servicio público sin cobrar una cuota por el mismo. Ese era el significado de “curso legal” anteriormente a 1909.
Nótese el cambio disimulado en su significado, como resultado de las leyes de curso legal de 1909. En el lugar de una conveniencia pública se sustituyó una coacción contra el público. Los dos gobiernos con la mayor capacidad bélica del mundo introdujeron la coacción al forzar a sus súbditos a aceptar y usar deuda como dinero. Esto constituyó un acto nunca antes visto en las historia. En particular, los gobiernos estaban obligando a los militares, así como a los empleados del gobierno, a recibir promesas de papel a manera de pago con finiquito por servicios rendidos.
Desde luego, el uso de la frase “curso legal” en esta forma constituye una contradicción. Una promesa de pago que es al mismo tiempo, un finiquito, no es una promesa. Es un edicto arbitrario. Este fue un paso reaccionario, diseñado para facilitar el aumento ilimitado de la circulación monetaria, sin tomar en cuenta la reserva de oro. Permitió el financiamiento con crédito de la guerra que se avecinaba, gran parte del cual era libre de intereses y sin fecha de vencimiento. La carga financiera de la guerra se le impuso al pueblo sin su consentimiento.
La medida se representó como un simple cambio, conveniente por razones de eficiencia. No hubo debate público respecto a sus implicaciones. En aquel tiempo, nadie podía adivinar las consecuencias ominosas. Nadie sospechaba mala fe de parte del gobierno. Como prueba de buena fe, se permitió que el oro continuara en circulación por otros cinco años. Los bancos entregaban las monedas de oro sin mayor problema. No hubo un notable incremento en la acumulación de monedas de oro por el público, señal que éste albergaba una confianza implícita en su gobierno. Cuando la guerra finalmente estalló en 1914, “los cañones de agosto” anunciaron el efecto demorado de las leyes de curso legal. De inmediato, todas las monedas de oro se escondieron. Los bancos se rehusaron a entregar oro a cambio de billetes. La Legislatura, incluso todos los diputados socialistas, votó a favor de los créditos bélicos que solicitaba el gobierno, sin demora.
El primer autor que desenmascaró la conexión entre las Leyes de Curso Legal de 1909 y el inicio repentino de la guerra, cinco años más tarde, en 1914, fue el economista alemán Heinrich Rittershausen (1898-1984). También pronosticó la Gran Depresión y mostró la relación que existió entre la subsecuente ola de desempleo sin precedente y estas Leyes, como explicaré en mayor detalle más adelante.
No nos queda más que especular sobre caminos distintos que pudiera haber seguido la historia. ¿Hubiera terminado en breve la matanza insensata y la destrucción de propiedad si no se hubiesen promulgado las Leyes de Curso Legal, tan pronto como los gobiernos en guerra hubiesen agotado el oro necesario para financiarla? La mayoría de los observadores contemporáneos pensaba que así hubiera sido. No había forma de financiar un conflicto de esta magnitud por medio de impuestos. La gente no comprendía que el curso legal era una forma invisible de impuesto, para pagar por la guerra más grande que hubiera visto el mundo hasta ese punto en la historia. No comprendía el poder del crédito que permitiría que los gobiernos gastasen sangre y tesoro con toda libertad, sin limitaciones. La gente no percibió al Moloch detrás de la fachada de Curso Legal – el dios que se preparaba para devorar a sus propios hijos.
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Sin embargo, las leyes de curso legal tuvieron otra nefasta consecuencia que no se reconoció en aquel tiempo. Anteriormente a 1909, el comercio mundial se financiaba por medio de letras de cambio (“real bills” o “bills of exchange”) giradas sobre Londres. Una letra de cambio era papel comercial con vencimiento a corto plazo, pagadero en moneda de oro a su vencimiento. Representaba crédito auto-liquidable para financiar la aparición de mercancía nueva, demandada con mayor urgencia por los consumidores, en los mercados. Como su creación estaba limitada a la cantidad de mercancía nueva en camino al mercado, no era inflacionaria.
El crédito era liquidado por la moneda de oro entregada por el consumidor final de la mercancía subyacente. Una letra de cambio la podríamos entender como un crédito en proceso de “madurar en monedas de oro” en fecha próxima. Como medio de cambio, la letra de cambio era lo que seguía a la moneda de oro misma, en calidad. Su tenencia era virtualmente libre de riesgo, ya que la mercancía subyacente tenía un mercado bien dispuesto a su adquisición, en cuanto llegara a su destino.
Está claro que las letras de cambio son incompatibles con la Leyes de Curso Legal. No tiene sentido sugerir que se puede lograr que las letras de cambio maduren en billetes de curso legal. El hecho es que el billete de banco es inferior a la letra de cambio en casi todos aspectos. En primer lugar, las letras de cambio son un activo que produce ingresos. Esto se debe a la existencia de un descuento que se aplica al valor nominal de la letra de cambio, cuando ésta se compra y vende antes de su vencimiento. La letra de cambio es lo más líquido; sólo la moneda de oro tiene mayor liquidez. Las letras de cambio son el mejor activo que pueda poseer un banco comercial.
Pero lo que otorga la supremacía económica a las letras de cambio es el hecho que, en conjunto, constituyen el fondo de empleo de la sociedad. Solamente las letras de cambio posibilitan la producción y distribución de bienes hoy, que se no pagarán sino hasta más tarde. Hasta tres meses más tarde, para decirlo exactamente. Sin embargo, en el ínterin los trabajadores empleados en la producción tendrán que recibir sus salarios devengados, semanalmente. Efectivamente, estos trabajadores tendrán que comer y satisfacer otras necesidades para poder continuar con sus esfuerzos productivos. El pago de salarios no se paga, en definitiva, con los ahorros de capitalistas. Se financia por “clearing” o sea, por la concesión espontanea de privilegios monetarios temporáneos a las letras de cambio, lo cual les permite circular antes de su vencimiento.
Una consecuencia indeseada de la Legislación de Curso Legal fue la destrucción de este fondo salarial, del cual se podía pagar a los trabajadores antes de la venta de los bienes. Las leyes de curso legal cargan con la responsabilidad directa del horrible desempleo que existió durante la Gran Depresión – como señaló Rittershausen. Mientras esté intacto el fondo salarial, no puede haber desempleo. Todos los que ansían ganar un salario pueden participar en la producción o distribución de algunos bienes demandados urgentemente por los consumidores y obtener compensación de ese fondo inmediatamente, aún antes de que se venda el producto.
La destrucción de fondo salarial echó abajo todo eso. Los trabajadores no podían ya recibir compensación por su trabajo aplicado a la producción de mercancía, a menos que se estuviese lista para venderse, de inmediato. La destrucción del fondo salarial no fue inmediatamente perceptible en 1909. El alistamiento militar y la producción de material bélico absorbió la mano de obra disponible. Durante la guerra la mano de obra escaseó debido a la enorme expansión de la producción de municiones. El desempleo no golpeó a la sociedad sino hasta después de haber cesado las hostilidades.
Si las potencias que vencieron hubiesen repudiado las leyes de curso legal una vez concluida la guerra y hubiesen rehabilitado el mercado en letras de cambio y reabastecido así el fondo salarial, la Gran Depresión no hubiera ocurrido. Pero los vencedores no tenían interés en comercio mundial multilateral. Deseaban castigar a los vencidos aun más, por medio del comercio bilateral y excluir la circulación de letras de cambio. De esta forma deseaban retener el control del comercio de los que fueron sus adversarios. Por consiguiente, el fondo salarial nunca resurgió y no se podía pagar a los trabajadores. El resultado fue el mayor desempleo jamás visto en la historia. Los gobiernos se vieron obligados a responsabilizarse de los desempleados, por medio del sistema de dádivas. Este sistema, que es una afrenta a la gente que quiere trabajar, sigue vigente, pero permanece el desconocimiento de su causa fundamental, la ausencia de letras de cambio en circulación.
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Las Leyes de Curso Legal, que representan la alianza non sancta (por no decir conjura) entre gobierno y bancos, nunca se han revocado. Los gobiernos han llegado a gozar de los poderes adicionales que adquirieron por medio de alegatos falsos. Los bancos recibieron el soborno con gusto. Su lealtad se transfirió de sus clientes al gobierno. A cambio del privilegio de crear depósitos bancarios sin el impedimento de una reserva de oro, como era el caso antes de 1909, los bancos estuvieron dispuestos a comprar todos los bonos gubernamentales que no hallaron compradores activos en el mercado de bonos. “Tú me rascas la espalda, yo te rasco la tuya.” Esta conjura sigue adelante bajo un nuevo “contrato social” en el cual el soborno y el chantaje han sustituido a la cooperación voluntaria.
La confabulación de Academia, de los medios y particularmente la lealtad de la profesión económica y de los analistas financieros ha sido comprada gracias al afán de los Bancos Centrales de patrocinar la investigación. “El que paga al músico escoge el programa.” Autores dispuestos a cantar las loas del dinero irredimible recibieron amplios emolumentos. Autores que criticaban el dinero fiat fueron marginados. La mayoría de los economistas y escritores sobre finanzas de hoy son escribanos a sueldo que venden su pluma al gobierno y al Banco Central. La propaganda se viste como investigación.
Las matemáticas han sido prostituidas como nunca antes en la historia de la Reina de las Ciencias. Ensayos de investigación sobre economía y teoría monetaria, salpicados con ecuaciones diferenciales de aspecto formidable pero que en resumen están vacías de significado, se presentan como el Santo Grial. Los gestos estudiados y malabarismos de los economistas de nuestros días se parecen a los del sacerdocio del antiguo Egipto. En virtud de su conocimiento de astronomía – conocimientos que no se compartían con el público general – los sacerdotes egipcios podían predecir los eclipses solares y otros eventos celestiales. Mantenían a su audiencia en estado de admiración y temerosa de sus facultades sobrenaturales. La diferencia es ésta: mientras que los egipcios eran profesionales que contaban con los últimos conocimientos científicos de su tiempo, los economistas acreditados de hoy son charlatanes que se regocijan en la gloria personal que se les concede, mientras que de hecho han sido totalmente incapaces de predecir el colapso financiero aunque lo tengan ya frente a sus narices, como ha demostrado su inepto desempeño en 2007. Para colmo de males, son incapaces de reconocer sus propios errores. Son una maldición sobre el cuerpo político de la nación y una lacra sobre la profesión económica. Llevan al mundo a un desastre económico y monetario sin precedentes, en estos mismos momentos.
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Nuestra crisis financiera actual es la culminación de una tragedia que se nos endilgó por la coacción en el campo monetario. La salida de la crisis y el camino para evitar otra Gran Depresión, es por vía de la restauración de la libertad en el ámbito de la moneda: por medio de una hábil revocación de las leyes de curso legal. Es necesario rehabilitar el patrón oro junto con el sistema de “clearing” que lo acompañaba, el mercado de letras de cambio. La naturaleza monopólica de deuda gubernamental en el mercado de bonos tiene que eliminarse mediante la reintroducción de la competencia que la moneda de oro le hará a las promesas gubernamentales. Los tenedores de bonos que no quedan satisfechos con la tasa de interés que ofrecen los cupones que arbitrariamente se adjuntan a los bonos de gobierno, deben recuperar nuevamente su derecho: el derecho de colocar sus ahorros en monedas de oro, como lo hacían antes de 1909. De esta forma, podrían obligar a los gobiernos a pagar tasas de intereses competitivas, para atraer los ahorros de los particulares. Toda coacción en el campo monetario debe cesar. La dignidad del individuo debe respetarse. La actitud colectivista de los gobiernos debe descartarse a favor de una actitud que favorezca al individuo, una actitud que restaura la libertad y la libre iniciativa del ser humano.
Un siglo no es más que un momento pasajero en la historia. Los últimos cien años deben verse como un episodio reaccionario en nuestra civilización, un experimento descabellado con moneda irredimible. El experimento ha fallado totalmente, como todos experimentos similares en el pasado. A menos que cese de inmediato, sumirá a la especie humana en un estado de miseria sin precedentes. Literalmente, amenaza la supervivencia de nuestra civilización y todo el sistema de nuestros valores.
La libertad en el ámbito de la moneda nos traerá paz y prosperidad.
Persistir en la coacción es el camino a la guerra y a la miseria.
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Nota del traductor: El Profesor Fekete nos ha dado esta breve explicación adicional del uso de las letras de cambio: “El exportador redacta su letra de cambio a “90 días neto” por el valor facturado del embarque y se la presenta al distribuidor en el extranjero o a su agente local. Éste firma la letra de cambio bajo el texto de “Acepto” y se la devuelve al exportador.”
“De esta forma, la letra de cambio, con el conocimiento de embarque y documentos del seguro relativo anexados, se ha vuelto como dinero efectivo hasta por el valor inscrito en ella (menos un descuento por el tiempo que ha de transcurrir hasta el vencimiento de su plazo, 90 días) y se podrá usar inmediatamente para pagar sueldos, al descontarse en el banco local.”
“Desde luego – en la práctica – el exportador tendrá otras letras de cambio que están por vencerse y bien podrá decidir quedarse con la letra de cambio más reciente hasta su vencimiento, pues así se ahorrará el descuento. Con más razón se quedará en posesión de su letra de cambio, si la tasa de descuento ha subido en el ínterin. O, en el caso de mercancías de temporada, si su producción va a entrar en época de ventas reducidas.”